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¡Los putos con Perón!

"Los putos con Perón", decía el cartel que un puñado de muchachos con pantalones Oxford levantó en Plaza de Mayo el 25 de mayo de 1973. Era la segunda aparición pública del Frente de Liberación Homosexual Argentino (FLHA), un grupo de universitarios, intelectuales y sindicalistas que llegaba a la Revolución Nacional que supuestamente proponía el peronismo a través de su sexualidad, cuyo despliegue se debió en gran parte al liderazgo del escritor Néstor Perlongher.
La presentación en sociedad había sido el 20 de junio de 1972, el día en que el pueblo peronista fue a recibir a su líder a Ezeiza. En esa jornada trágica, el FLHA desplegó una bandera, con una frase emblemática de la Marcha Peronista: "Para que reine en el pueblo el amor y la igualdad".
Pero la desilusión no tardó en caer sobre los homosexuales.. El coronel Jorge Osinde, responsable de la represión en Ezeiza, acusó a la Juventud Peronista (JP) y a Montoneros de ser "homosexuales y drogadictos". La JP respondió con cantitos reaccionarios: "No somos putos, no somos faloperos, somos soldados de Evita y montoneros".
En julio del '73 aparecieron unos afiches: "Contra el ERP, los homosexuales y los drogadictos". El país se puso peligroso. En la revista de derecha "El Caudillo" de febrero de 1975, una nota bajo el título "Acabar con los homosexuales" decía: "A los que ya son, proponemos que se los interne en campos de reeducación y trabajo, para que de esa manera cumplan con dos objetivos: estar lejos de la ciudad y compensarle a la Nación trabajando por la pérdida de un hombre útil. Hay que acabar con los homosexuales. Tenemos que crear brigadas callejeras que salgan a recorrer los barrios de las ciudades, que den caza a esos sujetos vestidos como mujeres, hablando como mujeres. Cortarles el pelo en la calle o raparlos y dejarlos atados a los árboles con leyendas explicatorias y didácticas".
El acercamiento que soñaron los militantes del FLH con las fuerzas políticas populares y las organizaciones revolucionarias jamás se produjo. Finalmente, el Frente se autodisolvió durante la dictadura militar.
Fuente: elortiba.org

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Tom, un perro en Malvinas

"El camión me esperaba afuera, junto a mis soldados y los equipos. Tomé un gran manojo de camperas y me dirigí a la carrera, pero se me cruzó un perro de la base que habíamos criado desde cachorro y me hizo caer. Me levanté maldiciendo, tomé otra vez las camperas y retomé mi camino, pero a los pocos metros, el perro me hizo caer otra vez. De la bronca, lo tomé y le dije: "Estás jodiendo. Entonces, venís con nosotros a Malvinas", y lo subí al camión.
Al ver el perro, el soldado Cepeda me preguntó asombrado: "¿Y eso mi Cabo Primero, cómo se llama el perro?"
Entre risas le contesté: "Desde hoy se llama Tom, porque vamos al Teatro de Operaciones Malvinas"
Al poco tiempo se transformó en el ser más mimado y querido entre todos, pero debíamos ocultarlo de los superiores. Por eso, en las inspecciones siempre estaba dentro de algún bolso, campera o saco de donde sólo salía su hocico para respirar.
Luego de unos días de espera en Santa Cruz, partimos en un Hércules hacia las islas Malvinas transportando a nuestro personal, dos cañones Sofma, un Unimog y, desde luego, a Tom, que para esa altura ya era otro soldado movilizado del Grupo de Artillería 101.
En Malvinas Tom se comportó como un bravo artillero. Cuando tirábamos con la máxima cadencia de fuego hacia los británicos, él se paraba delante del cañón como el mejor de los combatientes; siempre ladraba y jugaba con aquél que estaba bajoneado en los momentos de calma para darle ánimo; cuando había "alerta roja de bombardeo naval", era el primero en salir del refugio para buscar a los más alejados y el último en entrar a cubrirse; y muchas veces su instinto canino presintió los bombardeos aéreos antes que se gritara la alarma, lo cual manifestaba con ladridos que ya conocíamos. Compartía con nosotros la comida y los soldados le fabricaron un abrigo con los gorros de lana y bufandas.
El 11 de junio, a las 11:15 hs, un avión pirata se lanzó frenéticamente sobre nuestra posición bombardeando nuestro cañón y haciéndolo estallar. Nosotros corrimos a cubrirnos y Tom, como siempre, parado sobre una roca ladraba dando la señal de alerta.
El avión efectuó otra pasada, esta vez ametrallando con furia nuestra tropa que repelía el ataque con fusiles. En esta oportunidad, varios fueron heridos, yo entre ellos, y Tom, que corría avisándoles a los más distantes, fue alcanzado por las esquirlas.
El humo y el olor a pólvora cubrieron el lugar. Como pudimos, heridos, buscamos a Tom y lo encontramos tendido sobre una piedra inmóvil, con sus grandes ojos negros mirándonos y despidiéndose lentamente de sus camaradas.
Tom, en Malvinas, fue mi mejor amigo. ¡Y yo jamás olvido a mis amigos!

(Relato del CboVGM Omar Liborio del GA 101 EA)


FUENTE: www.lagazeta.com.ar


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Vigilar, participar... denunciar

A principios de 1977, un artículo publicado en la revista Para Ti enseñaba a los padres con hijos en edad escolar cómo reconocer la infiltración marxista en las escuelas:
"Lo primero que se puede detectar es la utilización de un determinado vocabulario, que aunque no parezca muy trascendente, tiene mucha importancia para realizar ese transbordo ideológico (sic) que nos preocupa. Aparecerán frecuentemente los vocablos: diálogo, burguesía, proletariado, América Latina, explotación, cambio de estructuras, compromiso, etc.
Otro sistema sutil es hacer que los alumnos comenten en clase recortes políticos, sociales o religiosos, aparecidos en diarios y revistas, y que nada tienen que ver con la escuela.
Asimismo, el trabajo grupal que ha sustituido a la responsabilidad personal puede ser fácilmente utilizado para despersonalizar al chico.
Estas son las tácticas utilizadas por los agentes izquierdistas para abordar la escuela y apuntalar desde la base su semillero de futuros combatientes.”
El artículo terminaba con un consejo a los padres: "Deben vigilar, participar y presentar las quejas que estimen convenientes".

FUENTE: elortiba.org

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Operación elefante

La resistencia peronista diseñó en secreto un plan para invadir la Argentina desde Chile y Bolivia y crear una "zona liberada" en Jujuy y Salta. Era para que Perón, en plena Revolución Libertadora, retornara al país y encabezara una sublevación, según una serie de cartas inéditas del ex presidente y testimonios de militantes. Se llamaba "Operación Elefante".

El frustrado plan fue redactado en 1957 por miembros del Comando Peronista de Chile que presidía John William Cooke, designado por Perón como máxima autoridad del peronismo, e incluía la declaración de una huelga revolucionaria.

40 cartas inéditas de Perón y otros datos sobre la "Operación Elefante" y la resistencia peronista están incluidos en el libro "Llegó carta de Perón" del periodista Florencio Monzón. De los preparativos del plan participaron el capitán Aparicio Suárez y Julio Troxler, una de las víctimas de la Triple A.

Como antecedente de la "Operación Elefante", Perón envió al Comando Chile el 10 de abril de 1956 desde su exilio en Panamá una carta en la cual ordenaba la "resistencia pasiva" contra la Revolución Libertadora que lo había derrocado en 1955.

Al precisar que significaba ese concepto, Perón escribió:

"Resistencia pasiva (sabotaje y acciones pasivas) para desgastar moral y materialmente a la dictadura y descomponer sus fuerzas, preparando así su derrumbe ulterior".

"Organización de nuestras fuerzas para accionar con unidad de concepción y acción en el momento y lugares oportunos".

"Preparación de la acción decisiva mediante la paralización total del país y el levantamiento civil y militar".

Esta carta antecede al levantamiento del general Valle de 1956, pero demuestra el tono insurreccional que iba tomando el discurso del líder. Otro de los miembros de la resistencia peronista y ahora dirigente kirchnerista Roberto Digón confirmó a este diario (2007) que en esa época se elaboraron varios proyectos de insurrección.

Digón participó de una reunión secreta donde "Valle anunció que la contrarrevolución de 1956, prevista originalmente para julio, se tenía que adelantar para el 9 de junio ". Era porque había volado por error una bomba en una quinta de Moreno y "la policía se enteró del plan", recordó.

Aplastado Valle, al año siguiente, se iba a ejecutar la "Operación Elefante". El periodista y militante peronista Enrique Oliva, quien en esa época integraba el Comando España, dijo a Clarín que "oí hablar de un plan que era secreto pero yo no participé".

La "Operación Elefante" tenía también una faceta internacional: el apoyo de los mineros de la Central Obrera Boliviana (COB) y del Movimiento Nacionalista Revolucionaria de Bolivia. Debía haber comenzado a fines de 1957 antes de las elecciones de febrero de 1958 en las que el PJ estaba proscripto. Según Monzón, las tratativas del pacto entre Perón y Frondizi fue lo que finalmente lo abortó.

Desde la calle 38 departamento 2-52 de Bella Vista, Panamá, Perón confesó en otra carta: "me paso el día en la máquina y no doy más. Tengo ya en pleno funcionamiento a los comandos de Chile, Brasil, Uruguay, Paraguay, Bolivia, Venezuela, México, Cuba, amén de Italia, Alemania, España, Líbano y Siria. Es una tarea superior a mis posibilidades y esto no se lo quiero confiar a nadie".

Fuente: clarín.com

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Oración del Padre Mujica

El 11 de mayo de 1974, un comando encabezado por Rodolfo Eduardo Almirón, miembro de la Triple A, asesinó al padre Carlos Mujica. Diez años después, en 1984, un ex custodio del ex ministro de Economía José López Rega, Juan Carlos Juncos, confesó haber participado en el operativo por orden de su jefe.

Esta es una oración que había inventado y solía rezar:

Señor:
perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos parezcan tener ocho años y tengan trece.
Señor: perdóname por haberme acostumbrado a chapotear en el barro. Yo me puedo ir, ellos no.
Señor: perdóname por haber aprendido a soportar el olor de aguas servidas, de las que puedo no sufrir, ellos no.
Señor: perdóname por encender la luz y olvidarme que ellos no pueden hacerlo.
Señor: yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no, porque nadie puede hacer huelga con su propia hambre.
Señor: perdóname por decirles “no sólo de pan vive el hombre” y no luchar con todo para que rescaten su pan.
Señor: quiero quererlos por ellos y no por mí.
Señor: quiero morir por ellos, ayúdame a vivir para ellos.
Señor: quiero estar con ellos a la hora de la luz.

Fuente: elhistoriador.com

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Operativo Cóndor

“Secuestran un avión en vuelo y ocupan las islas Malvinas”, fue el título principal de la quinta edición de la tarde del diario Crónica del 28 de septiembre de 1966. Más abajo se podía leer: “...un puñado de jóvenes argentinos, tras una audaz operación de comando cumplida a bordo de un DC-4 de Aerolíneas Argentinas en viaje a Río Gallegos, hicieron desviar la máquina hacia Puerto Stanley, ocuparon la isla, emitieron un comunicado y dieron a conocer una proclama.” Era el resultado de la Operación Cóndor, que había comenzado aquella mañana en un avión que sobrevolaba el sur de la Patagonia y que continuaba aún en las islas Malvinas.
En la madrugada del 28 de septiembre de 1966, dieciocho jóvenes peronistas de entre 18 y 32 años abordaron el vuelo 648 de Aerolíneas Argentinas, dispuestos a tomar el control del avión y llevarlo a las islas Malvinas. Era un acto de reivindicación de la soberanía argentina sobre el archipiélago, en poder de Gran Bretaña desde principios de 1833, aunque también buscaba generar contradicciones en el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía, que había despojado del poder hacía exactamente tres meses al presidente radical Arturo Umberto Illia. El avión despegó del Aeroparque Jorge Newbery a las 0.34, con destino a Río Gallegos, Santa Cruz.
El líder del grupo era el periodista Dardo Cabo, alias “Lito”, de 25 años, hijo del viejo militante metalúrgico de la resistencia peronista, Armando Cabo. Como muchos de los miembros del comando, había sido parte de la agrupación revolucionaria peronista Tacuara, que mezclaba nacionalismo, antisemitismo, simpatía por el fascismo y revisionismo histórico. Su segundo era Alejandro Giovenco Romero, apodado “Chicato”, un estudiante de 21 años. La tercera en la línea de mando era la escritora y periodista María Cristina Verrier, de 27 años, la única mujer del grupo y pareja de Cabo. Su padre había sido juez de la Corte Suprema de Justicia y funcionario de la administración de Arturo Frondizi y un tío suyo ministro durante el gobierno militar de Pedro Eugenio Aramburu.
Alrededor de las 6 de la mañana, utilizando las armas que habían introducido clandestinamente en el equipaje, los dieciocho cóndores, como se hicieron llamar los jóvenes peronistas, tomaron el control del vuelo. En ese entonces, el avión sobrevolaba Puerto Deseado, Santa Cruz. Cabo, Giovenco Romero y Andrés Castillo fueron hasta la cabina y le ordenaron al comandante Ernesto Fernández García tomar el rumbo 1-0-5, hacia las islas Malvinas. El piloto se negó alegando falta de combustible y desconocimiento de la zona, pero tuvo que aceptar cuando le colocaron un arma de fuego en su cabeza.
Además de la tripulación y los cóndores, treinta y cinco personas viajaban en el avión. Entre ellos estaba el gobernador de facto del por entonces Territorio Nacional de Tierra del Fuego, almirante José María Guzmán, quien trató de resistirse, y el periodista Héctor Ricardo García, propietario del diario Crónica, la revista Así y Radio Colonia, invitado especialmente por los jóvenes. Se les informó a todos que la nave iba a torcer su rumbo hacia Comodoro Rivadavia, Chubut, para no preocuparlos.
El piloto pudo inducir la ubicación de las islas debido a una deformación en el manto de nubes que obstaculizaba la visión. Luego dieron algunas vueltas de reconocimiento y, a las 8.42, el avión Douglas DC-4 aterrizó en la pista de carreras del hipódromo de Puerto Stanley. Dado que el día anterior había llovido, la pista de 800 metros estaba embarrada y la nave se enterró en ella.
Luego del aterrizaje, el grupo de jóvenes descendió de la aeronave empuñando sus armas, al grito de “las Malvinas son argentinas, ¡viva la patria!”. Castillo, uno de los futuros fundadores de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), había sido el ultimo en sumarse al grupo la tarde anterior y fue el primero en pisar las islas. Sin embargo, no eran los primeros argentinos en volar sobre Puerto Stanley, descender y desplegar una bandera argentina. Dos años antes, el 8 de septiembre de 1964, el piloto Miguel Fitzgerald lo había hecho tripulando un Cessna: aterrizó en la misma pista de carreras, colgó una bandera argentina en un alambrado, entregó una proclama para el gobernador, se subió al avión y, quince minutos después de haber llegado, regresó a Río Gallegos.
Los cóndores habían llevado siete banderas argentinas. Cinco fueron colgadas en los enrejados que rodeaban la pista de carreras, una en el avión y otra en un mástil cercano. Además, rebautizaron el lugar con el nombre de Aeropuerto Antonio Rivero, en honor al gaucho entrerriano que a finales de 1833 había resistido junto a siete compañeros, dos de ellos gauchos y cinco charrúas, la ocupación que la corona británica había impuesto seis meses atrás. El alzamiento fue rápidamente sofocado luego de que Gran Bretaña enviara una expedición.
El objetivo inicial del Operativo Cóndor era ocupar la casa del gobernador británico, sir Cosmo Dugal Patrick Thomas Haskard, quien no se encontraba en Malvinas, tomar el arsenal de la isla y divulgar una proclama radial que sería escuchada en Argentina. Como el avión de Aerolíneas Argentinas había quedado varado en el barro de la pista, estaban lejos de la casa de sir Cosmo Haskard y del arsenal y comenzaban a ser rodeados, tuvieron que cambiar los planes.
Después de colgar las banderas, Cabo firmó el siguiente comunicado, que fue transmitido por la radio del avión: “Operación Cóndor cumplida. Pasajeros, tripulantes y equipo sin novedad. Posición Puerto Rivero, Islas Malvinas, autoridades inglesas nos consideran detenidas. Jefe de Policía e Infantería tomados como rehenes por nosotros hasta tanto gobernador inglés anule detención y reconozca que estamos en territorio argentino”. A las 9.57, el radioaficionado Anthony Ardí divulgó la noticia, que se escuchó en Trelew, Río Gallegos y Punta Arenas, Chile, y desde esos puntos se reprodujo al resto del país.
Más de cien kelpers, como llaman los ingleses a los malvinenses, comenzaron a acercarse a la zona y el avión empezó a ser rodeado por varios jeeps. Ese día, las islas Malvinas contaban con apenas un jefe de policía, un inspector, un sargento y cuatro agentes que bastaban para mantener el orden entre las mil setenta y cuatro personas que vivían en ellas, cuatro argentinas. Además, veinte militares constituían la fuerza armada de Gran Bretaña, que se complementaba con la Fuerza de Defensores Voluntarios, una milicia de reservistas entrenada una o dos veces al año por un grupo de ingleses que habían combatido en la Segunda Guerra Mundial.
Entre los soldados, policías y milicianos armados que se ubicaron alrededor de la pista, se distribuyó una proclama en inglés que decía que los jóvenes no eran agresores sino argentinos que consideraban estar en su propio territorio. "Les informamos que nos quedamos a vivir en tierra Argentina e invitamos al gobernador a plegarse bajo nuestra bandera", decía el mensaje.
El sacerdote cristiano de la isla, Rodolfo Roel, intermedió para que los pasajeros del avión se alojaran en las casas de los kelpers, mientras los jóvenes esperaban en el avión. Alrededor de las 17, por expreso pedido de los cóndores, el padre Roel ofició una misa en el interior de la nave. Luego entonaron el Himno Nacional Argentino y, a las 18, divulgaron otro comunicado que decía: “Informa Operación Cóndor: después de escuchar misa en castellano dentro del avión, fueron liberados los rehenes ingleses”. A esa hora comenzó a llover intensamente sobre la isla.
Siete camionetas rodeaban la parte trasera del avión, varios automóviles el frente y un centenar de isleños armados observaban desde el enrejado lo que sucedía. Además, el ejército había colocado tres carpas de campaña con refuerzos militares en un cerro cercano y varios reflectores habían sido ubicados alrededor de la nave para poder mirar el movimiento de los jóvenes en la oscuridad de la noche. Los dieciocho integrantes del comando se encerraron en el avión para planear cómo seguir la operación.
En la madrugada del 29 de septiembre, a las 4.30, el vicegobernador Albert Clifton emitió un comunicado en el que exigía la rendición del grupo y advertía que los soldados y policías tenían orden de disparar. La respuesta de los cóndores fue negativa. Recién a las 15 hubo otra gestión, está vez a cargo del padre Roel. Les pidió que desistiesen de su acción, a lo que los jóvenes volvieron a negarse, aunque poco después llegaron a un acuerdo: entregarían sus armas al comandante Fernández García, única autoridad que reconocían en la isla, y serían acogidos por la Iglesia Católica, quedando bajo la custodia del padre que había hecho de mediador.
A las 17, los cóndores, el padre Roel y el comandante Fernández García descendieron del avión y se posaron frente al mástil en que habían colgado una bandera argentina. La arriaron y entonaron el himno argentino ante la atónita mirada de los kelpers. Media hora después, los jóvenes entregaron sus armas. La falta de agua, la escasez de alimentos y el cansancio los habían vencido.
Ese mismo día, en Buenos Aires, ante la exaltación popular por las noticias que llegaban desde el sur, el gobierno emitió un comunicado diciendo que “la recuperación de las Islas Malvinas no puede ser una excusa para facciosos”. Sin embargo, varias manifestaciones se sucedieron en ciudades como Buenos Aires, La Plata y Córdoba.
Los dieciocho jóvenes fueron detenidos en una parroquia católica, fuertemente custodiados. Aún dudaban si serían juzgados en su país o en Inglaterra. Finalmente, el 1 de octubre al mediodía, fueron embarcados junto a la tripulación y los pasajeros, en una lancha carbonera inglesa, hasta el barco de la Armada Argentina, Bahía Buen Suceso, que los trasladaría al sur del territorio argentino. En ese momento, Dardo Cabo le entregó una bolsa al gobernador Guzmán con las siete banderas argentinas que habían llevado.
El viaje de regreso comenzó a las 19.30. Llegaron al puerto de Usuhaia, capital de Tierra del Fuego, a las 3 de la mañana del domingo 2. Los cóndores fueron detenidos en las jefaturas de la Policía Federal de Usuhaia y Río Grande.
El 22 de noviembre de 1966, el Juez Federal de Tierra del Fuego, Miguel Ángel Lima, procesó a todo el grupo por los delitos de "privación de la libertad personal calificada" y "tenencia de armas de guerra". Ante el interrogatorio del juez, se limitaron a decir: “Fui a Malvinas a reafirmar nuestra soberanía”. Finalmente, el 26 de junio de 1967, quince de ellos fueron dejados en libertad, mientras que Cabo, Giovenco Romero y Juan Carlos Rodríguez permanecieron tres años en prisión debido a sus antecedentes.

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El asesinato de Aramburu

Se cumplía el primer aniversario del Cordobazo y un nuevo Día del Ejército. El gobierno de Juan Carlos Onganía estaba debilitado a partir de la insurrección en Córdoba, las huelgas y protestas eran cada vez más violentas y la represión policial aumentaba. Perón estaba exiliado en España, Augusto Timoteo Vandor había sido asesinado y el ejército presionaba al presidente para que tomara sus decisiones políticas junto con las Fuerzas Armadas. El 29 de mayo de 1970, un grupo de diez jóvenes peronistas secuestró al ex presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu y lo asesinó luego de un juicio en el que se lo acusó de “108 cargos de traidor a la patria y al pueblo y de asesino de 27 argentinos”, según decía el primer comunicado de la organización armada peronista Montoneros.

El objetivo del “Aramburazo”, como se lo conoció después, fue realizar el lanzamiento de la agrupación Montoneros y ejercer la justicia revolucionaria contra quien consideraban responsable del bombardeo a Plaza de Mayo en 1955, los fusilamientos de los alzados junto al general Valle en 1956, el intento de “desperonizar” la sociedad durante su mandato, el secuestro del cadáver de Eva Perón y más de 100 imputaciones que se pueden resumir en “traición a la clase trabajadora”. El tercer objetivo tenía que ver con la realidad política de ese entonces: Aramburu comenzaba a sonar como el hombre fuerte de un movimiento que conspiraba contra el onganiato, que luego se llamó Gran Acuerdo Nacional y que tenía por fin la incorporación del peronismo al sistema liberal.
El “Operativo Pindapoy”, como se llamó desde un comienzo, fue concebido a principios de 1969, pero recién a finales de ese año se terminó de conformar el grupo operativo. A comienzos del 70 empezó la tarea de investigación previa que consistía en conocer la zona, el edificio, los movimientos, horarios y demás datos necesarios para que la maniobra fuera un éxito. Fue elemental la biblioteca del colegio Champagnat, ubicada frente al edificio de Aramburu, en Montevideo al 1000, desde donde podían observar quiénes entraban y salían, los horarios, los encargados, etc.
La primera idea fue secuestrarlo en la calle, durante la mañana, cuando el ex presidente salía a caminar. Sin embargo, optaron por entrar a su departamento del octavo piso y sacarlo directamente de allí. Como observaron que no tenía custodia, resolvieron utilizar como excusa el ofrecimiento de una escolta militar para engañar a Aramburu y hacerlo salir de su casa sin resistencia. Para eso, compraron uniformes en una tienda de Avenida de Mayo y aprovecharon la experiencia de dos compañeros en el liceo para instruir a otros en la forma de comportarse.
La planificación final se hizo en una casa del conurbano bonaerense, en Munro, donde convivían Mario Firmenich y Carlos Capuano Martínez. La otra casa operativa era la que alquilaban Fernando Abal Medina, el líder de la organización, y su pareja, Norma Arrostito, en Villa Urquiza. Cerca de ahí, en Parque Chas, en la noche del 28, estacionaron los autos que se utilizarían: una pick-up Chevrolet, un Peugeot 404 blanco, un Renault 4L de Arrostito, un taxi Ford Falcón que estaba a nombre de Firmenich y una pick-up Gladiator 380, de la madre de Carlos Ramus, otro compañero. Luego Abal llamó al departamento de Aramburu con alguna excusa para confirmar que estuviera allí.
En la mañana del 29 arrancaron desde la casa de Villa Urquiza. El Renault esperaría como relevo en Pampa y Figueroa Alcorta al igual que el taxi y la Gladiator, que estarían cerca de Aeroparque, en una calle cortada. En la otra camioneta viajaban Arrostito, bien vestida, pintada y con una peluca rubia, Firmenich, vestido de cabo de policía, un compañero disfrazado de cura y Ramus, que manejaba. En el Peugeot, que iba delante, estaban Capuano Martínez y otro compañero adelante, vestidos de civil y con el pelo corto, y Abal con uniforme de teniente primero y Emilio Maza vestido como capitán, en el asiento trasero.
Los autos enfilaron por la Avenida Santa Fe y doblaron en Montevideo. El Peugeot estacionó en el garaje del colegio. Pidieron permiso para permanecer allí por un rato a lo que el encargado de la escuela accedió sin problemas al ver sus uniformes. Capuano se quedó al volante y el resto fue en busca de Aramburu. La pick-up frenó en la esquina de Santa Fe y Montevideo, donde descendió Arrostito, y fue a estacionarse luego sobre Montevideo, delante del colegio. Se bajaron Firmenich y el compañero vestido de cura.
Firmenich, en su rol de cabo de policía, tenía un miedo: que apareciera el oficial, es decir, un superior, que solía estar en la esquina de Santa Fe y Montevideo. Esto no sucedió, pero ocurrieron dos situaciones graciosas: primero, un auto le pidió permiso para estacionar sobre Montevideo, a lo que el supuesto cabo dijo que no, mientras la pick-up esperaba tranquila en esa misma calle. Luego, un Fiat 1 con dos policías pasó por la cuadra, aunque bastó la venia para que no se acercaran.
En el interior del edificio, un compañero se quedó en el séptimo piso con la puerta del ascensor abierta por si sucedía algún inconveniente, mientras que Abal y Maza fueron hasta el departamento del octavo piso. Allí los atendió la esposa del General, quien, visto el uniforme de los jóvenes, no dudó, los invitó a pasar y les ofreció café, mientras esperaban que Aramburu se terminara de bañar. Luego apareció el hombre que era su objetivo y el ofrecimiento de custodia no tardó en llegar. El General se sentó con ellos, bebió café y escuchó su propuesta. Finalmente, la cortesía del comienzo comenzó a enfriarse, los muchachos sacaron sus armas y Abal le dijo sin vueltas: “Mi general, usted viene con nosotros”, según el relato de Firmenich a “La causa peronista” del 3 de septiembre de 1974.
Si bien al ex presidente le extrañó lo que estaba pasando y la forma en que le estaban ofreciendo la custodia, accedió. Si se hubiese resistido, lo hubiesen matado. Ese fue el plan desde un comienzo. A todo o nada. “Pero no, ahí estaba, caminando apaciblemente entre el Gordo Maza, que le pasaba el brazo por el hombro, y Fernando, que lo empujaba levemente con la metra bajo el pilotín. Seguramente no entendía por nada. Debió creer que alguien se adelantaba al golpe que había planeado, porque todavía no dudaba que sus captores eran militares”, dijo Firmenich en “La causa peronista”.
Luego subieron al General al Peugeot, que arrancó por Montevideo, dobló en Charcas, después en Rodríguez Peña y siguió hasta el bajo. En Figueroa Alcorta dobló a la izquierda. En los alrededores de la Facultad de Derecho de la UBA frenó y todos se pasaron a la pick-up, que había seguido el trayecto desde atrás. Luego siguieron hasta Pampa, por Figueroa Alcorta, donde se bajaron Maza, el supuesto cura, Arrostito y otro compañero, y fueron a redactar el primer comunicado de Montoneros, que anunciaba el secuestro. El resto fue hasta la Costanera, donde estaban los otros móviles. Allí Capuano se subió al taxi, que esperaba vacío y con las llaves puestas, y el resto, Ramus, Abal, Firmenich y Aramburu, se subieron a la Gladiator, donde esperaba un compañero. Al General lo escondieron en la caja, en un compartimiento tapado por unos fardos, custodiado por dos jóvenes armados.
El objetivo era una estancia que la familia de Ramus tenía en Timote, una localidad del partido bonaerense de Carlos Tejedor. Pero llegar allí sin atravesar controles policiales ni ciudades o poblados donde se encontrasen con “pinzas” sorpresivas, no fue nada fácil. Durante un mes buscaron un camino seguro que finalmente realizaron con éxito en ocho horas. Tomaron la avenida General Paz hasta Gaona y ahí comenzaron a tomar caminos de tierra. Durante el viaje, alrededor de la una y media, las radios empezaron a dar las primeras noticias sobre el secuestro. Finalmente, entre las cinco y media y las seis de la tarde, llegaron a La Celada, un casco del campo en donde iban a esconder al secuestrado.
Los jóvenes guerrilleros metieron al ex presidente en un dormitorio, donde entrada la noche comenzó el histórico juicio. Ahí le informaron a Aramburu que había sido secuestrado por un grupo revolucionario peronista y que sería sometido a juicio. Encendieron un grabador y comenzaron a interrogarlo. La primera imputación que se le hizo fue el fusilamiento del general Juan José Valle.
Las acusación siguieron durante todo el 30 de mayo. Al otro día, el 31, llegó la imputación sobre secuestro del cadáver de Evita, un tema que les interesaba mucho a los peronistas. Aramburu dijo que de eso no podía hablar por una cuestión de honor. Los jóvenes insistieron, pero no lograron más que una oferta del ex presidente: les daba su palabra que “a su debido momento” haría aparecer el cadáver, siempre y cuando lo librearan a él. Sin embargo, al otro día y con el micrófono apagado, contó una escueta versión de la historia: estaba enterrado con un nombre falso en Roma.
El juicio siguió durante la jornada del 1 de junio y, a la noche, los militantes peronistas le indicaron al acusado que el tribunal iba a deliberar. Lo dejaron atado. A la madrugada regresaron y le informaron el veredicto. Dijo Abal: “General, el Tribunal lo ha sentenciado a la pena de muerte. Va a ser ejecutado en media hora”. Aramburu, que aún no se resignaba, improvisó un pequeño discurso sobre lo que aquellos jóvenes peronistas iban a realizar. Pasada media hora lo desanudaron y le ataron las manos por la espalda. El condenado pidió si le podían anudar sus cordones. Lo hicieron. Luego solicitó afeitarse y le dijeron que no había con qué. Finalmente demandó un confesor. Tampoco podían conseguirlo.
Sacaron al General del dormitorio y lo condujeron por un pasillo hasta una puerta, que daba a una precaria escalera que desembocaba en el sótano. Ya bajo tierra, le colocaron un pañuelo en la boca y lo pusieron contra la pared. Firmenich subió a hacer ruido con una morsa para disimular los disparos porque la casa del casero estaba muy cerca y no podían generar dudas. Abajo, Abal, como líder del grupo, tomó la mayor responsabilidad y le disparó un tiro en el pecho con una pistola 9 mm. Luego le dio dos tiros de gracia, uno con la misma arma, otro con una 45.
La impericia del gobierno para aclarar el secuestro terminó de hundir a una administración que venía temblando a partir del Cordobazo. El sueño franquista de Onganía se desvanecía y el 7 de junio de 1970, diez días después de que Aramburu fuera asesinado, un golpe interno encabezado por el general Alejandro Agustín Lanusse dejó en la presidencia a un, hasta entonces, desconocido: Roberto Marcelo Levingston.

*Esta crónica está armada en base al testimonio que Mario Firmenich y Norma Arrostito realizaron a la revista “La causa peronista” el 3 de septiembre de 1974.

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